viernes, 31 de agosto de 2007

TARDES DE "LA RITA" No.2. Derivaciones y debate

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TARDES DE "LA RITA" No. 1. Junio 27, 2007
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GRUPO de LA RITA
PALMIRA

TARDES DE "LA RITA" No.2. Agosto 23, 2.007 . 3:30 a 6:00 PM
DERIVACIONES Y DEBATE
Blog: http://grupodelarita-palmira.blogspot.com/

Casa de LA RITA, Agosto 23, 2007. 3:30 PM, Propiedad de Manuelita S. A.
Fotografía MIC de NTC …

CONTENIDO:

*** La lección de Piedrahíta. Por Julio César Londoño

*** LA NUEVA EDUCACIÓN EN COLOMBIA . Por Mauricio Cappelli Figueroa

*** Comentarios ...

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La lección de Piedrahíta

Por Julio César Londoño
Palmira, 31 de agosto de 2007, 02:02:56 p.m. Publicado en EL PAIS, Cali, Sept. 1, 2007. http://www.elpais.com.co/historico/sep012007/OPN/opi02.html

La semana pasada celebramos otra de Las tardes de la Rita, un espacio dedicado al estudio de temas de ciudad bajo el auspicio de la Organización Manuelita. Esta vez tratamos el asunto de la educación y el conferencista fue Francisco Piedrahíta, uno de los diez sabios del Plan Decenal de la Educación. Es un señor alto y tímido; y raro: tiene a los alumnos del Icesi, una universidad de negocios, estudiando arte, literatura, historia y sociología bajo la batuta del filósofo Lelio Fernández. Aunque usted no lo crea, el 35% son muchachos de los estratos 1, 2 y 3 que estudian ahí gracias a becas otorgadas por la misma universidad. El dato me recordó una frase del Che Guevara: La solidaridad es la ternura de los pueblos.
Piedrahíta nos habló de la crítica situación del sector con un tono que trataba de ser mesurado. Dijo descreer del alza del nivel académico de nuestra educación que sugieren las cifras oficiales; que el aumento de la cobertura se ha hecho a expensas del detrimento de la calidad; que hay una brecha dramática entre la calidad de los mejores planteles privados y los mejores públicos; que a los profesores les pagan muy mal, hay deficiencias serias en infraestructura y tecnología, los ministros de educación duran once meses en promedio en el cargo, los secretarios del ramo se preocupan más por los contratos que por los planes estratégicos, y “la información pasa de los apuntes del profesor a los apuntes del estudiante sin pasar por el cerebro de ninguno de los dos”.
En especial, recalcó, urge subsanar la pobrísima cobertura en educación temprana, 0-6 años, cohorte especialmente crítica en los sectores populares y punto de partida de la inequidad social. Recordó la “contravía” en que marchan la pirámide de la demanda laboral del país, que requiere millones de técnicos y obreros, miles de profesionales y pocos doctores, y la pirámide de la oferta académica, que forma muchos profesionales y pocos tecnólogos.
Por estas razones, la educación colombiana no cumple ninguno de sus tres objetivos centrales: no brinda a los jóvenes una formación académica de calidad, no les garantiza condiciones de equidad ni los prepara para intervenir en una democracia real, esto es, “un organismo social participativo, justo, solidario, incluyente y tolerante”.
La solución consiste, es obvio, en atacar todas estas falencias; casi todas demandan un aumento de los recursos destinados a la educación, pero desde el 2001 los gobiernos vienen haciendo justamente lo contrario: recortando la inversión en este campo “para dedicar los recursos a otras cosas”.
Hubo una propuesta que me llamó la atención: hay que capacitar a la sociedad (padres de familia, medios, empresarios, dirigentes) en temas claves de la educación (gestión, derechos constitucionales, contenidos, pedagogía, transferencias) para que ella sea un factor de cambio y de presión, y un actor proactivo en los debates.
Cuando uno escucha a Piedrahíta, siente que Leibniz estaba equivocado y Voltaire tenía razón: “Vivimos en el peor de los mundos posibles”. Pero, ¿cómo va a ser malo un mundo que produce hombres como Piedrahíta?
( http://grupodelarita-palmira.blogspot.com )

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LA NUEVA EDUCACIÓN EN COLOMBIA
Quizás la búsqueda de un puente más humano entre el presente y el futuro
Por Mauricio Cappelli Figueroa
, capelly@hotmail.com

Texto especial para la Bitácora de el GRUPO de LA RITA. Palmira, Agosto 30, 2007. Agradecemos al autor.

En 2006 el Ministerio de Educación Nacional de Colombia realizó una convocatoria a un grupo de especialistas, dolientes de la problemática educativa y social del país, para que acordaran recomendaciones acerca del mejoramiento de la educación en Colombia. De esa iniciativa nació el Plan Decenal de Educación 2006 - 2015. Uno de los expertos y activo proponente en el tema fue el doctor Francisco Piedrahita Plata, rector de la Universidad Icesi de Cali, y conferencista del segundo encuentro cívico La Rita, organizado por Manuelita S.A. (donde asistimos quienes creemos que Palmira y el Valle del Cauca merecen un futuro mejor).

Dos cosas me gustaron del doctor Piedrahita: La primera, su espíritu sereno, lúcido y conciliador, en el que se puede constatar que la nostalgia por la revolución que no pudo hacerse en los setentas puede transformarse en una actitud propositiva, ejemplarizada con trabajo e ideas. Y lo segundo, que su charla partió de lo fundamental: un mea culpa de las clases dirigentes y de la alta sociedad colombiana, históricamente insensibles al desarrollo colectivo del país. Producto de esa reflexión es su tesis: Los 10 retos de la educación de Colombia, que unida a las demás voces que participaron en la convocatoria del gobierno articulan el Plan Decenal de Educación, cuya plataforma es, en síntesis, una pregunta dirigida a cada individuo de nuestra sociedad: ¿Qué país quiere ayudar a construir?

En doscientos años de vida republicana la sociedad colombiana ha fundamentado la construcción de su identidad en la superposición de luchas e intereses de las elites, casi siempre apartadas de los intereses del pueblo. Esa mezcla de idealismo y ambición ha sacrificado el camino más largo pero también el más fructífero hacia el entendimiento: el dialogo. Si miramos bien, hoy el país es el resultado de la imagen de una muchacha bien maquillada, pero en cuya alma atormentada puede reconocerse el triste principio de que el triunfo de algunos ha significado la derrota de otros. Federal o centralista, liberal o conservador, iglesia si, iglesia no, privilegios hegemónicos o derechos sociales, sindicalismo o burguesía, etc, son algunas de las pesadas piedras que aparecen en la balanza de nuestra sociedad y que han hecho que el desarrollo de la identidad colombiana se revele como una oscilación vertiginosa de sueños aplazados y vergüenzas. Las guerras civiles, el desmembramiento de Panamá, la moda del corte de corbata en los años cincuentas, el auge de las guerrillas, la revolución esquiva, el narcotráfico y otros fenómenos sociales, como la corrupción, el paramilitarismo y las inútiles vendas morales de la iglesia, han hecho que el progreso del país sea la mezcla de agua y aceite entre los intereses del vencedor y las renuncias del vencido. Producto de elegir ese camino ha sido la desconfianza, la frustración y la miseria que las nuevas generaciones han heredado como el peso de una mala conciencia y que nos ha llevado, aún sin saberlo, aún con todo el optimismo y progreso que se vive en el país (otra vez para algunos pocos) a descubrir que somos en verdad una sociedad acomplejada, temerosa y apática que ha aprendido a retraerse y conformarse, como una bestia triste detrás de la jaula.

Una de las profundas inquietudes que me plantea la puesta en marcha del Plan Decenal de Educación, es saber cómo, en toda esta maraña, la calidad de la enseñanza se ha convertido en uno de los factores de inequidad social en nuestro país, entendiendo la educación como una fortaleza proporcional a la capacidad que tiene una sociedad de regularse a sí misma. Es decir, elegir bien su destino, eligiendo bien a sus mandatarios, pero también que cada individuo comprenda su papel en la sociedad y administre bien su capacidad de libre albedrío.

A principios del siglo veinte “la plebe” no tenía chance de participar en la elección de alcaldes, gobernadores, etc, y el Presidente era elegido por los votos de los colonos y terratenientes dueños del país. En los años cuarenta, cuando apareció Jorge Eliécer Gaitán, la movilización social que él motivó se produjo no por el gran cúmulo de educación que cada individuo tenía (recordemos que eran zapateros, sastres, gentes del común, a lo sumo con la primaria encima: leer y escribir). Sin embargo, ese sector de la sociedad se sensibilizó y participó activamente en las movilizaciones sociales de su época gracias a uno de los instintos más antiguos y elementales que tiene el ser humano: la indignación, hoy casi en desuso.

Si revisamos detenidamente la historia colombiana, varios ejemplos nos hablan de esa posibilidad de decidir. Uno de ellos lo protagonizó Manuela Beltrán, en Santander, cuando arrancó el edicto que anunciaba nuevos impuestos. A ella la siguieron los artesanos y las gentes humildes de la región. Otro ejemplo fue la declaración de independencia de Palmira, cuando don Pedro Simón Cárdenas reunió a otros líderes para acordar un documento que declarara la autonomía de la villa de la ciudad de Buga, que bajo el régimen español usufructuaba de manera descarada sus recursos.

Estos dos movimientos fueron ejercicios civiles que junto a otros integraron la época de la independencia. En ese entonces, quienes participaron no eran del todo educados, eran criollos, indios, negros y zambos, unidos por el anhelo y necesidad de libertad. Esas luchas, que heredamos de lo mejor de la revolución francesa, nos planteó el reto de unirnos en la búsqueda de un mundo mejor. Quiero decir que empezamos a ser libres cuando nos dimos cuenta para qué servía la indignación.

Hoy, en pleno siglo veintiuno, esa búsqueda sigue vigente. Colombia necesita hacer una pausa, repensar sus principios e ideales de nación americana y avanzar hacia su libertad de conciencia. Y eso, más que un problema de saber las tablas del uno al diez, de saber que Bolívar nació en Caracas y que la capital de España es Madrid (meros ejercicios de memoria) es un problema de actitud. Y de eso, me atrevo a decir, se enseña muy poco en las aulas de nuestras escuelas y colegios colombianos, y lastimosamente mucho menos en nuestros hogares.

Al culminar la Segunda Guerra Mundial los países más poderosos de occidente y Japón emprendieron una carrera para acceder y competir por la expansión en los mercados del mundo. Cuarenta años después Colombia ingresa en ese panorama competitivo en total desventaja, no sólo por nuestras debilidades en infraestructura y capacidad técnica, etc, sino por el peso de nuestra propia idiosincrasia: éramos, como hasta ahora, una sociedad que no ha aprendido a pedir perdón.

La mayoría de nuestros abuelos participaron en la época de la violencia bipartidista, de manera activa o pasiva (con el machete en la mano o con arengas), o como víctimarios o víctimas. Cuando se apaciguó todo, el miedo y la frustración, no la vergüenza, les tapó la boca. Luego nuestros padres crecieron mirando la pantomima del Frente Nacional en el que se nos prometía un país para todos, mientras lo que en verdad se construía era un país para Ellos: la clase dirigente, los empresarios y la iglesia. Este era el equilibrio: “A mí la educación me alcanza para ser su jefe, a usted el bachillerato le alcanza para sudar”. Y a quienes se atrevieron a pensar y a pedir, casi implorar una suerte distinta, les taparon la boca. Otra vez la incapacidad de escuchar y de dialogar era nuestro sino. Con esos antecedentes es fácil entender por qué las nuevas generaciones no quieren ni saben hablar.

En las décadas del sesenta y setenta el sentir en las universidades colombianas (entre ellas la Universidad Nacional y la Santiago de Cali) era especial porque la sociedad estaba motivada no tanto a saber hacer cosas y consumir información, sino a pensar, que es distinto. Hoy en día el pensamiento de Estanislao Zuleta es celebrado y aplaudido como uno de los capitales intelectuales contemporáneos más importantes de América Latina, pero sin embargo no conozco ni un colegio ni una universidad en cuyas directrices se apliquen sus propuestas de revolución pedagógica (tiene 3 por existir, 4 por asistir y 5 por insistir). Propuestas que integran en verdad las múltiples capacidades del ser humano, mucho más apto para dialogar y trazar objetivos comunes, donde no existan vencedores ni vencidos.

De esa generación que soñaba e imaginaba una sociedad mejor y que hicieron de la educación no un medio para prepararse y tener plata, sino un camino para trabajar y aportar a una sociedad más equitativa, formaron parte hombres y mujeres que conformaron la Unión Patriótica. En esa búsqueda, otros hombres, también doctores, educados en universidades y con magíster en el extranjero, decidieron que esa propuesta atentaba contra sus intereses. De esa decisión, tan educada, ya conocemos los resultados.

En este sentido la pregunta que se me ocurre formular es si el Plan Decenal de Educación, como está planteado ahora, procura porque la enseñanza en Colombia se transforme de fondo y llegue a ser en verdad una plataforma ética, más que cognoscitiva, capaz de doblegar el instinto de ego y supervivencia que habita en todos los seres humanos; o por el contrario sea un ejercicio más que sólo nos servirá para entender que entre el hombre que sostuvo la ensangrentada quijada de burro y el otro que sostiene la sierra eléctrica o pone la mina quiebra patas no evolucionó un ser, sino tristemente un método.

“Pero hay una nueva constitución”, se dice. Es cierto. Pero la mayoría de los colombianos no ha entendido que ese cúmulo de papeles no es nada sin la decisión de apropiarse de su esencia. Por el contrario, de esa nueva democracia, abandonada, se ha nutrido uno de los mayores monstruos de la sociedad colombiana: la politiquería. En nuestro país no prospera la miseria como prospera en África, pero somos un país tercermundista porque aún somos una sociedad que no ha aprendido a pensarse y regularse por sí misma. Y en ese camino, cuya estructura es la desconfianza, el egoísmo y la envidia (vicios de una sociedad consumista e individualista) la política tomó el camino más fácil: ser un ejercicio de galería y de venta de promesas que se ofrece según la necesidad de sumar votos, y no una vía que motive a la sociedad para que reflexione sobre su destino y asuma un compromiso en la construcción de soluciones colectivas, basadas en lo único digno que aparentemente nos queda después de diez mil años de evolución: el dialogo.

La constitución política no será jamás una carta magna funcional hasta el día en que los profesores y padres de familia se decidan, de una manera inteligente y armoniosa, hacerle saber a sus hijos y estudiantes que las leyes son premisas y no meros papeles eruditos de los doctos en derecho. Al respecto será difícil avanzar si en las instituciones educativas continúa imperando la ley del facilismo y la montonera, donde la capacidad del estudiante puede medirse por la velocidad con que baja las tareas de Internet, y si en los hogares el familiar que siempre se toma la palabra es el televisor.

Una señora amiga afirmó en estos días: “A estos muchachitos de ahora les falta correa.” Puede que sea cierto, puede que falte algo de la recia disciplina que imperaba en los hogares de nuestros padres y abuelos. Pero creo que mirar atrás y apropiarse de esas ideas es sobre todo un síntoma de falta de imaginación, una muestra de incapacidad o de terquedad a favor de una nostalgia de autoridad paternalista, que con suficientes y tristes resultados hemos visto que ha evolucionado de lo recio a la indiferencia. Por el contrario, creo mejor en una propuesta que nazca de una concepción más creativa, que abrace el principio de que un hogar es un espacio que va más allá de la puerta de entrada al patio de ropas.

William Ospina lo dijo: “A esta sociedad le ha faltado amor”.

Pareciera ser que hoy en día el grueso de los padres de familia se ha convencido de que la educación de sus hijos es una carga y que es algo abstraído a su dedicación y voluntad que sólo le compete a las instituciones donde no florece mucho la alegría y la creatividad. “¡Pero si yo soy buen padre, yo le pago el colegio cumplidamente!”, alegan convencidos, afianzando el falso ideal de que lo más importante en una sociedad es el dinero.

En este orden de ideas, creo que el nuevo Plan de educación sólo empezará a tener éxito cuando los padres de familia se convenzan con humildad que al enseñar ellos también están aprendiendo, que sientan que el conocimiento es una manera de ser y de vivir y no una acumulación de datos que culmina cuando se adquiere el cartón de la universidad, y que por el contrario debe continuar cada día en un ambiente de motivación y ejemplo en el que las nuevas generaciones sientan que a través de la imaginación y la solidaridad se puede fundir un sólido puente entre el presente y el futuro. No es difícil hacerlo.

En diciembre de 2004 conocí en Cali a una pareja de esposos que desde la concepción de su primer hijo planearon cómo debía ser en el hogar su educación. Aquella navidad del 2004 su hijo, de ocho años, recibió de sus padres y familiares 10 regalos, entre ropa y juguetes. El día 25 sus padres lo llevaron al barrio Decepaz y le anunciaron que debía escoger entre los regalos la mitad y obsequiarlos a unos niños que jugaban en una cancha. Por supuesto él se rehusó y armó la pataleta. Tres años después el niño, ya en quinto de primaria, tiene una mini organización llamada “Lo que te sobra en la nevera”, que recauda alimentos entre los padres de familia de los compañeros para llevarlos a distintos albergues de Cali. Hoy, el único juguete que conserva es un balón de fútbol.

Por esto creo que no es desfachatado afirmar que uno de los retos que antecede a los diez propuestos por el doctor Piedrahita es educar a los padres de las nuevas generaciones. Quizás así la sociedad pueda avanzar en la deuda que tiene de reconocer sus propios vicios y consolidar una propuesta que explique que la educación va más allá de las aulas y que es en verdad un ejercicio cotidiano que involucra el saber y la actitud.

Quizás así también se pueda hacer frente a la tendencia de las instituciones educativas secundarias y universitarias, cada día más inspiradas en preparar estudiantes para que sepan desempeñarse en hacer cosas: hacer edificios, puentes, máquinas, redactar leyes, sacar quistes, etc, pero que descuidan la cuna de las virtudes del hombre: el alma, el ser; todo a cuento de que es necesario prepararse para la globalización (que no es otra cosa que una manera de hacer ver con amabilidad el triste fenómeno de que “el pez grande se come al chico”). Los maestros nos dicen: “China está creciendo y debemos ganar mercado”. Pero está suficientemente demostrado que esa concepción ha trazado los fracasos de las sociedades modernas en el siglo veinte. Ese es quizás uno de los mayores problemas que tiene nuestra sociedad: nuestra individualidad, la nefasta premisa de que la vida se ha convertido en una caótica carrera de “sálvese quien pueda”. Pensando como gurú: aquel que se conforme a pensar en términos monetarios morirá en términos monetarios.

En el ámbito ejecutivo y empresarial abundan los jefes que procuran hacer quedar bien a su empresa, pero que para lograrlo se especializan en ser soberbios y déspotas con las personas que tienen a cargo y se preocupan más por satisfacer a su jefe inmediato y no perder el puesto. Somos prestigiosos ingenieros, médicos y abogados, con títulos y masters en el exterior, pero salimos a la calle y con petulancia le tiramos el carro al transeúnte, arrojamos basura al piso y en mitad de una conferencia dejamos que nos suene el celular (dos veces). Hoy la educación se trata de saber más, pero ser menos, y se trata de poner el talento y conocimiento al servicio del ego, no al servicio de los demás. Con esto quiero decir que a Colombia le han sobrado profesionales, pero le ha faltado gente sensible que la sueñe y se comprometa con un verdadero cambio. Quiero decir que en este mundo ya hay muchos profesionales, hombres felices no.

Cuando reflexionemos acerca de esto quizás la premisa de conducir a la sociedad colombiana hacia la equidad, a través de la formación de nuestros niños y jóvenes para el ejercicio de una ciudadanía participante, tolerante y justa, como el país lo merece, implicará que la educación se trate más que de un trillado camino de estrategias que busca finalmente consolidar la capacidad de nuestros jóvenes para adaptarse y conquistar un espacio en la economía competitiva, un lugar en esa voraz globalización de mercados que en su esencia de superposición de influencias e intereses, se ha convertido en un vertiginoso dialogo cultural que ha logrado que los productores y las clases dirigentes prevalezcan a costa de la calidad de vida de los demás. Hoy la orden es: “estudien mandarín porque hay que hacer negocios con China.” Y claro el país del oriente está creciendo a pasos agigantados: trescientos cincuenta millones de chinos trabajan a destajo en condiciones inhumanas y con sueldos miserables para que los demás puedan sobrevivir.

Por todo lo anterior, hoy la sociedad colombiana está frente a uno de sus mayores retos en su historia moderna: replantear sus principios de educación. Para hacerlo debe mirar hacia atrás y conocer y apreciar su legado histórico, su memoria, y entender que las nuevas generaciones somos herederas de un caos producto de la soberbia y del odio, pero también herederas de un saber y una leyenda, de una labor por reconstruir y sobre todo de un perdón que dar y recibir. Quizás así la educación llegué a ser algo más que la simple capacidad de hacer negocios trilingües y alianzas estratégicas y se sustente en verdad en el dialogo y en la posibilidad de valorar la opinión incluso del más humilde. Así los buenos principios y valores, estoy seguro, se albergarán en la mochila del corazón de los estudiantes que hoy asisten a nuestras escuelas, colegios y universidades, y la solidaridad y el bienestar común tendrán en el futuro, lo sueño así, un espacio más amplio en las agendas de quienes toman las decisiones.

Mauricio Cappelli Figueroa , capelly@hotmail.com
Palmira, Agosto 30 de 2007

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El guitarrista Barbosa y los poetas Mauricio Capelly, Elizabeth Vejarano, Gloria Maria Medina y Leopoldo de Quevedo
Primera Feria del Libro y la Lectura, Tinta y Papel. Comfaunión. Palmira. Mayo 2007
http://plenilunio-grupo.blogspot.com/2007/05/comfaunion-palmira-tinta-y-papel.html Fotografía MIC de NTC …

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de Julio César Londoño
para GRUPOde La Rita
fecha 31-ago-2007 . 16:20
asunto Fw: debate

Un extraordinario aporte al debate. Tiene puntos climáticos y frases lapidarias: "La colombiana es una sociedad que no sabe pedir perdón". "El que se limita a pensar en términos de mercado está condenado a ser tasado en términos monetarios".

La propuesta de Capelly, educar a los padres de las generaciones futuras, está implícita en el punto 10 de Piedrahíta: capacitar a la sociedad (padres de familia, medios, dirigentes, empresarios) en los temas más sensibles de la educación, para que ella se convierta en un elemento de cambio y de presión, y participe de manera proactiva en el debate.

Julio César Londoño

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